LUNES 11. LA
SORPRENDENTE IMPROVISACIÓN
Recorrido:
Auderville-Chesburgo-Faro de Gaterville-Barfleur
Pernocta: Barfleur
(49.673770; -1.264450
Noche muy
tranquila y estupenda. Duermo hasta las 7 y luego a 10 minutos de las 8 el teléfono
nos despierta. Primero suena uno, no llegamos a tiempo, luego otro y así hasta el tercero para comenzar con el
primero. Nos asustamos. Algo muy serio tiene que haber ocurrido. Y lo era, pero
no afectaba a la salud ni era vital. Consolándonos en que podría haber
sido peor y que ya no podíamos hacer nada, aunque desolados, desconsolados y tristes, nos
levantamos para poner rumbo a Chesburgo.
El día ha
amanecido, como todos últimamente, gris y el tiempo no acompaña. Decidimos
evitar ir por la costa. Las carreteras por aquí son muy estrechas, así que
tomamos una vía del interior que en pocos kilómetros parece desaparecer entre la niebla comenzando después a llover, una
lluvia fina, pero persistente.
Llegamos a la
ciudad y aparcamos sin mayores problemas en el puerto. Nos dirigimos a ver
primero la Basílica de la Santa Trinidad, que tenemos casi frente a donde hemos aparcado, en
la plaza de Napoleón.
Como casi todas las que hemos visto hasta ahora, construida,
destruida, vuelta a reconstruir, destrucción de nuevo. Destaca el púlpito en
madera tallada y por encima de los grandes arcos de la nave unos bajorrelieves
o paneles tallados que aunque se pueden encontrar en otras iglesias, lo hacen
en forma de pinturas y no como aparecen aquí. Representan cadáveres demacrados
que simbolizan la muerte y sus víctimas, de todas las edades y de todas las
clases sociales.
En el siglo XV bajo la bóveda de la nave se instala un mecanismo que
se activa cada 15 de agosto representando la asunción de la Virgen a los tres
personales de la Trinidad. Este mecanismo es destruido durante la revolución
francesa.
Después nos dirigimos a la Abadia de Notre Dame del
voto. Pero está más lejos de lo que en un principio había valorado y las calles
no son nada atractivas. Vulgares, sosas, sin vida... y la abadía tampoco
resulta de interés. En una palabra: el paseo no merece la pena, aunque leemos
que tiene una despensa y comedor del siglo XII que merece la pena visitar, así como el refectorio,
completamente restaurado y la planta baja de la casa del abad. Pero hoy lunes
está cerrada. Desafortunada coincidencia.
Decepcionados
y cansados, iniciamos el regreso que se
hace costoso. Menos mal que no ha llovido. Cuando llegamos a la autocaravana valoramos
visitar la ciudad del mar. Parece cerca y con un aparcamiento cómodo así
que tomamos una decisión de última hora.
Aparcamos sin mayores problemas y entramos en
un gran edificio. Nos sorprenden los ingenios que nos rodean por todas partes,
desde el batiscafo más antiguo, a los más modernos, ideados todos para explorar
las profundidades del mar.
Y es gratuito, pero…. luego comprobamos que esto es
el “gancho” y que la visita continua o
comienza pero para ello tenemos que abonar 18 euros por cabeza. Es caro, pero no vamos a
volver por aquí y al preguntar en taquilla me dicen que se visita un submarino
nuclear, una reproducción del Titanic y hay acuarios. Así que nos decidimos y Angel insiste en
comenzar la visita por “un paseo por el mar” ya que tiene horas determinadas y empieza
inmediatamente.
Nos sumamos a
los distintos grupos pequeños que clasifican por colores. La visita es en
francés aunque ofrecen un audioguía en inglés que pido. De algo, aunque sea
poco, me enteraré aunque llega siempre un momento en que desconecto. Sigue
pareciéndome un atraso y poco explicable que no tengan esta misma audioguia en
castellano.
Esta parte de la visita consiste en simular la
inmersión en un aparato a profundidades abismales para lo cual primero nos instruyen
y preparan para luego sentarnos en una sala que oscila y se sacude en función
de las imágenes que vamos viendo. Original, curioso y muy aconsejable si se va
con niños. Y no destripo el final de esta parte que es divertido y
sorprendente.
Después nos
dirigimos al acuario que aunque es bueno, no llega al de la ciudad de las artes
y de las ciencias de Valencia, tan solo es una aproximación.
Y ya lo que
para nosotros fue la visita estrella, por la cual ya en sí vale la pena pagar
los 18 euros: un submarino nuclear le redoutable (el temible). Es absolutamente
espectacular, desde la sala de máquinas, con interminables metros y metros de
tubos por todos los sitios, a otros departamentos del submarino, camarotes de
oficiales y marinería, cocinas, comedor, enfermería, sonar, sala de torpedos,
de misiles…con todo tipo de explicaciones claras y sencillas sobre el
funcionamiento de todo lo que nos rodea y de cómo era la vida a bordo. Su
tripulación constaba de 135 hombres que trabajaban las 24 horas del día en turnos.
Con 128 metros de largo y
casi once de diámetro, es el submarino más grande del mundo abierto a la visita
al público tras 20 años de servicio. Fue
el primero de una serie de seis denominados "Sous-marin Nucléaire Lanceur
d'Engins" (SNLE), literalmente, "submarino nuclear lanzador de
misiles" y salió de esta misma ciudad en marzo de 1967, con el General de
Gaulle, cuando yo contaba con 6 años.
Me abruma
todo, me parece excesivamente complejo. Todo debe funcionar al milímetro y
parece no existir margen para el error.
Se mantiene
todo tal cual era, exceptuando el reactor nuclear que se ha retirado por
seguridad. Todo lo demás es original y me sorprende sobre todo que cuando este
submarino se retiró yo contaba con cerca de 10 años.
Es una de las
visitas más interesantes que he podido hacer. Me he quedado estupefacta. Hicimos fotografías de todo, por dentro y por
fuera. Sorprendente.
Y después al
Titanic. Pero resultó un “montajillo”,
bien hecho, que reconstruye la vida a bordo en los días anteriores a su hundimiento y las circunstancias
históricas del momento, con fotografías,
videos, hologramas, reproducciones, etc.
Ingenioso, original, pero en quince minutos la dimos por finalizada y a
las 15 horas estábamos ya de vuelta, casi tres horas después. Nuestra compañera peluda había pasado toda la mañana sola.
De nuevo
carreteritas estrechas por donde solo cabe un vehículo nos llevan hasta el pie
de este espectacular faro en el que cuento once o trece ventanas. La costa es
rocosa y carece de vistas espectaculares como los que tienen los faros de
nuestras costas, pero solo por ver la envergadura de éste merece la pena
llegar.
Ahora ponemos
ya rumbo a Barfleur. No nos figura
area alguna aunque al llegar vemos un
cartel que informa de un camping y de
una tarifa forfait de 12 euros. Yo recuerdo haber leído a alguien que
dice que se puede estar fuera y usar los servicios del camping por 5 euros.
Pero mejor
aún: una fila de autocaravanas se alinean a unos 100 metros de las puertas del camping y aunque le digo a Angel que pregunte, no lo
hace pero insisto y cuando pregunta nos confirman que la pernocta es gratuita
así que decidimos quedarnos. Tenemos un hermoso muro de hormigón frente a
nosotros de metro y medio que nos impide la vista del mar, pero estamos sobre
hierba y el lugar parece tranquilo para pasar la noche. Mañana ya pondremos
rumbo sur.
Damos un breve
paseo por esta preciosa villa pesquera calificada como de los “pueblos más
bellos de Francia” de casas de granito gris, uniformes, pequeñas.
Conserva
pequeños rincones más o menos evocadores como la Cour de Ste. Catherine
del siglo XV, situada en una pequeña calle frente al puerto que ahora está
iluminado por la luz del atardecer.
La silueta de
la iglesia de San Nicolás se recorta al fondo formando un conjunto realmente encantador.
Su cementerio,
que arropa a esta iglesia, nos resulta de lo más peculiar. En todas las tumbas
aparecen motivos florales de porcelana de colores, auténticas obras de arte,
junto con muchos recuerdos, fotografías y en algunas, en lugar de colocar una
fría plancha de granito o gravilla, hay pequeños trozos de vidrios de colores,
aunque predomina el verde. Así la monotonía de tanta losa gris se ve rota por
el colorido de estas artísticas flores de porcelana y el brillo y color de los cristales.
Y hoy peco, y
entro en una pastelería a comprar algún
dulce, pero, peco dos veces. Descubro la
deliciosa tarta normanda.
A nuestro
regreso nos esperaba una relajante ducha y el reposo bien merecido mientras que
contemplo con envidia el montón de ostras que nuestros vecinos habían ingerido
sin piedad. Siguiendo el consejo de nuestro amigo Carlos (Pirineos) había
venido “armada” con una gran cacerola para cocer cualquier tipo de bicho que se
pusiera a tiro, pero hasta ahora, no había conseguido ninguno.
Al final, el
día se había tornado, al igual que los últimos, azul y luminoso con un viento
calmado.
12 MARTES. LOS
AGRICULTORES DEL MAR
Recorrido:
Barfleur-St. Vaast la Hougue-Valognes-Quineville
Pernocta: Quineville
(49.516178; -1.286999)
Durante la
noche ha llovido pero amanece un día con un cielo azul y brillante sol. Ya
tenía ganas, aunque luego, a lo largo del viaje y hacia el final, echaría de
menos este tiempo.
Partimos sin
demora hacia St. Vaast la Hougue puerto
de salida de las tropas de Guillermo el Conquistador, parando antes en un
pequeño Carrefour a comprar pan y echar gasoil. Todo carísimo. Cualquier tipo
de fruta, incluso de la zona no baja de 2,5 euros el kilo. Nos abastecemos de
lo que necesitamos que es bien poco y continuamos.
Aparcamos junto
a la salida del barco anfibio hacia la isla de Tatihou, aunque luego
comprobamos que esta es la salida cuando el barco está en “posición tierra”,
cuando la marea está baja. Cuando está alta lo hace desde otro punto. Aunque
tan solo son las 10 de la mañana, nos queda tan solo un hueco para aparcar. Y
no está fácil para las autocaravanas.
Nos asomamos
al puerto donde parece esperar la gente y un fantástico paisaje nos sorprende.
Parece el cultivo de algún molusco, no sabemos si mejillones u ostras. Nuestra
vista se pierde en este curioso campo. La marea estaba baja y permite
observarlo en toda su extensión. Trabajadores se afanan en llenar remolques de
tractores que salen con sacos y sacos de algo que no sabemos distinguir pero
que luego vemos que son ostras.
Estos sacos están colocados a lo largo y ancho de la playa en unos soportes hechos de cañas que los dejan suspendidos a una altura de unos 25-
Ahora quedan
al descubierto y parece que nuestros peculiares agricultores se dedican a
recolectarlos antes de que los cubra la marea.
Y me siento
completamente seducida por este curioso paisaje que no había visto antes. Me
encanta sorprenderme y cada vez más y lo que veo, lo ha conseguido. Despierta
con más fuerza la niña que hay en mi.
Cuando llego a
casa buceo buscando información al respecto.
Parece que estos “agricultores del mar” como los denominan, cuidan las
otras durante tres o cuatro años y que su crianza requiere entre veinte y
treinta manipulaciones para que las ostras no se peguen y se afixien. Así que
hay que darles la vuelta, limpiarlas y reducir su cantidad por bolsa para que
puedan engordar a gusto. A marea baja, el espectáculo es el que contemplamos
nosotros y a marea alta, queda la belleza natural de la bahía.
Las ostras de Normandía, representan el 25% de la producción nacional. Algo menos populares, resultan más económicas. Aguantan temperaturas más bajas y corrientes más fuertes. El afinamiento se realiza directamente en el mar, al mismo tiempo que la fase final de la crianza: el período de engaño. Para fortalecer el músculo que cierra las dos partes de la concha y conservar el agua que secreta la ostra hasta la consumición, hay que exponerla a fuertes contrastes de temperaturas (inmersión profunda seguida de una larga exposición al sol) obligándolas a abrirse y cerrarse con fuerza y rapidez.
En la oficina
me dicen que el barco de las 11 “is full” así que tiene que ser a las 12 y que
a la 13 no hay regreso por lo que tendremos que esperar una hora. Decidimos aprovechar este tiempo para sacar a Tula de la
autocaravana y darla un pasero por la ciudad ya que el barco curiosamente, no
admite perros. Picamos con algún detallito como imanes. Nos hemos aficionado a
comprarlos así tenemos recuerdos baratos de los sitios por lo que pasamos
y....lo más importante, ni ocupan espacio ni hay que quitarles el polvo.
Desembarca
gente y embarcamos nosotros.
Por tierra, y
dejando estos curiosos “sembrados” de ostras a un lado y otro, el barco se desplaza
ágilmente acercándonos a la isla. Tan solo al final roza un poco el agua.
Ya en tierra,
al fondo y a la derecha de la isla se dibuja la torre Vauban. Con una
anchura de 20 m
de diámetro y una altura de 21
metros , está declarada Patrimonio de la Humanidad. Pero
todo el entorno está protegido. Y nos dirigimos hacia ella. A esta fortaleza
construida por Vauvan se accede por una puerta que se encuentra protegida por
un puente levadizo. En malas épocas fue
un refugio que dio cobijo a más de 80 hombres. Tenía una bodega para la comida y los pisos superiores servían de
alojamientos.
Ascendemos por
su escalera de caracol y dejamos dos de estas estancias circulares hasta llegar
a la superior donde nos encontramos con la curiosa estampa de crías de gaviotas
en sus nidos que al vernos se ponen a chillar dando la “voz de alarma”. Alguno
de sus padres parecen adoptar una clara
aptitud de protección frente a nosotros así que no nos acercamos más de lo
necesario para fotografiarlos.
Descendemos para dirigirnos luego a los almacenes y damos un vuelta breve por este recinto amurallado, y como no, también hay bunkers.
De aquí nos dirigimos a los jardines que se encuentran protegidos de los vientos que azotan esta zona por diques y muretes creando un bonito y encantador rincón donde se pueden distinguir varias zonas.
Media hora
antes de las 14,00h nos acercamos a esperar el barco que llega diez minutos
pasada su hora. La marea está alta ahora y en vez de partir de donde salimos
nosotros, lo hace justo en frente. Ahora está en “modo barco”. Hemos tenido suerte.
Hemos podido disfrutar en tan solo dos horas de la marea baja y este inusual
cultivo de ostras, y ahora de la marea alta. Y aun quedaba otra sorpresa más.
Acercándonos
al puerto observo algo gris, redondo que sobresale de la superficie del agua. Parece
una roca y pienso en lo extraño que es que esté ahí en medio, pero empiezo
a distinguir unas pequeñas cavidades,
dos, y exclamo sorprendida: “¡es una
foca!”. Angel consigue verla así como una pareja avispada. Desparece enseguida
y aunque después de desembarcar la intentamos encontrar, no lo conseguimos.
El barco llega
al muelle y aquí pega un fuerte tirón para salir del agua y quedar sobre sus
neumáticos. Estamos en el lado contrario y casi en línea recta de donde lo hemos tomado y tenemos que dar toda
la vuelta.
Me voy a
comprar los mejillones, pero ya no queda ningún puesto. Me siento decepcionada
y desilusionada. Angel dice que mejor irnos a buscar un sitio donde comer y
descansar aunque son ya más de las 15.00 horas y es de prever dificultades para
encontrar un lugar adecuado para comer. Como en nuestro camino no demos con un
centro comercial lo podemos tener duro como confirmamos teniendo que postergar
la comida hasta las 16,00 en una carreterucha. Después ponemos rumbo a Valognes.
Había leído que
la llaman la Versalles del norte, llena de palacios, y que hay uno que merece
la pena visitar, el de beaumont del
siglo XVIII. Intentamos localizarlo, pero las coordenadas no están bien anotadas
y llegamos casi intuitivamente siguiendo una señal de aparcamiento. Son las 17horas
y cierran media hora después así que sin demorarnos nos dirigimos para allá.
De nuevo problemas
con el idioma. Aunque nuestra joven guía habla español, inglés y francés, nos
dice que las otras dos personas del grupo son francesas así que la decimos que
no nos importa y que si considera que hay algún detalle relevante que contar,
lo haga en español, aunque realmente fui yo la que la sometí a un
interrogatorio sobre determinados aspectos de la vida cotidiana que despertaron
mi curiosidad.
No podemos
hacer fotos del palacio lo que es una pena, porque aunque cuarenta y cinco minutos en francés, sin
entender nada, se hacen algo pesados nos resulta interesante, sobre todo por el
valor que tiene aquí “lo cotidiano”. Se sale un poco de la distancia y frialdad
que se marca en otras visitas con grandes grupos o palacios más
turísticos. Es una visita para la que
encontrar una definición es difícil pero si tuviera que calificarla sería que
se hace con “la comodidad y tranquilidad que da la sencillez de lo cotidiano”.
¡Toma ya! Mi especial homenaje a lo
“sencillo”.
La escalera de entrada, singular y única llama
nuestra atención así como todo el mobiliario de época y utensilios de todo tipo.
Comenzamos con
el comedor, con la mesa puesta. Inmediatamente capta nuestra atención unas curiosas
tijeras que al parecer son para apagar velas, así como un contenedor de
porcelana que es para depositar las cenizas y poder calentar esta estancia que
carece de chimenea.
La siguiente habitación
es un cuarto de juegos y de música a la
que sigue una biblioteca donde nos fijamos en el cuadro con una fotografía de
Alfonso de Borbón. Y por supuesto que preguntamos y también nuestra joven guía se siente
sorprendida cuando identificamos al protagonista.
De aquí al
pasillo que antecede a la sala de juegos donde encontramos otra sorpresa cuando nos dice que las
reproducciones de ropas y vestuarios de sacerdotes son disfraces originales ya
que jugaban a ser curas e incluso hay un pequeño disfraz de papa junto con un
altar en miniatura. Jamás había visto una cosa igual. También captó nuestra
atención una frase bordada en perfecto castellano cuyo significado intentamos
explicar a nuestras compañeras de visita: “antes quebrar que doblar”.
El cuarto de
juegos contiene también curiosidades, como reproducciones perfectas de juegos
de te, un baúl lleno de vestidos de muñecas, unos autómatas y en los armarios
vestidos. Nos comenta que morían mas niñas que niños así que las ropas entre
ambos sexos no se distinguían para que la muerta o muerto no supiera diferenciar el sexo de quien la llevaba por su
ropa.
El cuarto de
baño es otro lugar curioso, con bidé, bañera y unos pequeños recipientes que
despiertan mi curiosidad. A mi pregunta responden que era para que las señoras
orinaran ya que con esos enormes vestidos no podían ir al baño con facilidad.
Descendemos a
la zona de la servidumbre donde vemos las prensas para la ropa (secadoras) y un auténtico arsenal de planchas.
Todo se
conserva tal cual. Huele incluso a humedad, a cerrado. Los muebles están arañados,
usados, aunque en buen estado, pero si vamos sumando todo lo que nuestros sentidos
nos proporcionan, se tiene la sensación de que se ha abierto un túnel en el
espacio-tiempo por el que hemos accedido en este mismo lugar al siglo XVIII y
que sus habitantes han salido pero en cualquier momento regresarán siguiendo
con sus rutinas diarias. Es una sensación extraña, pero agradable, una
sensación que no se tiene cuando se visitan grandes y lujosos palacios restaurados a la perfección, en grandes
grupos de gente.
Paseamos unos
minutos por los bonitos jardines dando por terminada nuestra visita.
Decidimos dar una
vuelta por la ciudad y luego irnos a donde estamos ahora , Quineville, en la
costa, parando antes por St Floxe donde hay un área de servicio, para cargar y
descargar aguas ya que Quineville es un aparcamiento carente de servicio.
Buscando un
sitio donde dejar la autocaravana en el centro de la ciudad, vemos que a parte
de tener unos soberbios edificios todos de granito gris, perfectamente alineados
y distribuidos dando una sensación de limpieza y orden, no parece haber más
lugares de interés así que continuamos
nuestro camino a St. Floxe donde encontramos el área de servicios a las afueras de la ciudad con
cuatro autocaravanas más. Buen sitio y tranquilo. Si no nos gusta nuestro
destino, regresaremos aquí
Antes de
llegar a Quineville vemos a nuestra izquierda un grupo de media docena de autocaravanas, pero no tenemos ninguna anotación al respecto
en la información de campingcarinfos, así que seguimos hasta el final, junto a
la oficina de turismo. El sitio no parece muy acogedor. Es un aparcamiento al
lado de la carretera con un muro de considerable altura que nos separa de la
playa. Cuando salimos a ver los alrededores vemos a nuestra izquierda un
recinto cuadrado, sobre hierba y con dos autocaravanas frente a la playa,
aunque este muro de hormigón que parece
levantarse a lo largo de la costa no permite verla excepto por alguna entrada
que otra que parece que han “practicado” con posterioridad a la construcción
del muro. Por supuesto que cambiamos de
posición. Un cartel a la entrada nos informa de que la estancia máxima es de 24
horas y si se quiere estar más, que se vaya al camping. Como debe ser.
Sitio casi
perfecto si no fuera por el muro que nos impide ver el mar. Pero nos hemos
situado estratégicamente frente a una de
estas aberturas así que como una ventana abierta disfruto de un pedazo de él.
Salimos con
nuestra compañera peluda a dar un paseo y parece disfrutar de esta gigantesca playa como una enana. Corre,
salta y se encuentra con otro peludo británico que no tiene miedo al agua y que
parece ignorarla aunque Tula insiste. Y en uno de los juegos Tula salta tras él
que se ha metido en el agua y sin quererlo se da un breve baño en las frías
aguas del Atlántico. Bueno, al menos descubrimos que no es un gremlin aunque a
partir de este momento se mantuvo a una distancia muy prudencial para no caer
de nuevo en la trampa inglesa.
De regreso
cenamos y ahora, quince minutos después
de las 22 horas se ha puesto el sol, el cielo ha cobrado un color rosado
mezclado con el gris de las nubes y el cansancio me va venciendo.
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