Domingo 24. Al
hormiguero
Itinerario: Saint Denis Sur Sarthon-Vielle Saint
Girons
Pernocta:
Area del camping de Vielle Saint Girons
(43.95459° ; -1.35698°).
Al levantarnos decidimos dirigirnos directamente a algún área de
servicio francesa que esté en la playa para relajarnos dando un paseo. Así ponemos
rumbo a la zona de Mimizan, aunque más al sur.
Nuestro recorrido transcurre sin problema alguno pero cuando en
nuestro destino comenzamos a buscar un área en la playa y pese a ser julio y un
día en que supuestamente la gente que no
está de vacaciones volvería a sus casas, comenzamos a tenerlos. Y la búsqueda
se convierte en casi un imposible: las áreas junto a la playa están saturadas.
Nos dirigimos a Vielle
Saint Girons (43.95459° ; -1.35698°).
En los camping hay un sitio destinado a área y elegimos uno. Mientras hacemos cola en la recepción
contemplo mi alrededor: se trata de un macrocamping en un pinar cercano a la
playa, lleno hasta la bandera, con actividades, y mucha, mucha gente. De no ser
por la hora, tarde ya, y porque no había otro cercano, habría salido huyendo
como alma que lleva el diablo. Me recordaba los camping de playa españoles.
Pero allí nos quedamos.
A un lado del camping está la entrada al área de servicios.
Buscamos una de las cuatro parcelas que supuestamente quedaban libres. Una de
ellas, ocupada por trastos y una tienda de los vecinos de al lado, otra, algo
inclinada, la tercera la que elegimos, y la cuarta acaba de ser ocupada por
unos compatriotas catalanes.
Es de tamaño justo, el ancho, porque larga es. Menos mal que en la
parcela de al lado hay una furgoneta que al ser tan pequeña nos permite invadir
su espacio con nuestras mesas y sillas. Se pueden utilizar todos los servicios
del camping, pero el precio del área es alto, unos 18 €, claro, que el precio
del camping se acerca a los 60 euros de bellón. Elevado a mi juicio y mucho más
para ser francés. Eso es lo que hace unos años nos costaba uno en la costa
brava, con instalaciones mejores que las de este y una playa casi exclusiva con
una temperatura del agua que permite darte un baño agradable y no morir
congelado. Aquí hay que andar para llegar a la playa y ni me mojo los pies. En
todos los sitios cuecen habas.
Tras una ducha y una cena nos fuimos a dormir pensando en salir
corriendo a la mañana siguiente.
Lunes 25. A un par de paradas de casa. El bosque de hadas
Itinerario: Vielle Saint Girons-Selva
de Irati
Pernocta: Zona habilitada en el área de acogida de la entrada
por Orbaitzeta
A pesar de todo, el sitio resultó tranquilo. Mientras desayunábamos
pensábamos donde ir. Nos sobraba un día. Ambos teníamos en la mente la selva de
Irati. Lejos para atacarla desde Madrid un simple fin de semana, pero ahora
estaba relativamente cerca. Así que después de barajar otras posibilidades por
la zona, pero a falta de información, decidimos dirigirnos allí. Nada más
cruzar a España pararíamos para conectarnos a internet y buscar información.
Y así lo hicimos. Tras una breve retención en la frontera pusimos
rumbo a Orbaitzeta. Había leído que por la entrada de esta población permitían
pernoctar abonando una pequeña cantidad, así que pensamos que seria un sitio
idílico y la distancia a cubrir era, además, más corta..
Llegamos alrededor de las 5, y efectivamente, a unos 200 metros de
la caseta de información hay un prado que ceden para acampada. Se pueden
instalar tiendas, como ya había, de un
grupo de jóvenes, y en la parte superior,
las autocaravanas. Esta información la facilitan en la caseta, donde
abonamos el importe correspondiente para bajar y dejar la autocaravana aparcada
y elegir una pequeña ruta, aparentemente sin mucha dificultad, de unos 6 km que
describía un círculo, unas 2 horas y perfectamente señalizada. También esta
misma ruta tenía la posibilidad de hacerla un poco más corta, recorriendo solo unos 4 km. Elegimos la
primera.
Nos internamos en un hermoso bosque de hayas, mis preferidos. Son
para mi, como bosques de hadas, donde siempre tengo la sensación de que me va a
saltar algún Elfo, o gnomo o duende. Verde y fresco a pesar del calor circundante,
esto parecía realmente una selva, una isla distinta del mundo circundante.
Ibamos paseando entre enormes arboles y por rincones realmente bellos. Lo único
que me disgustaba era que casi iba paralelo a la carretera que asciende y por
la que transitaba algún que otro turismo, y que por su tamaño no permitía la
subida de autocaravanas.
Tras un recorrido prácticamente llano, llegamos a un punto en que
nos pareció que podíamos regresar haciendo esa ruta más breve, o continuar
ascendiendo un poco para alargar este delicioso paseo.
Yo empecé a preocuparme. Ya llevábamos más de hora y media cuando
la ruta completa era de dos. Algo no parecía ir bien aunque en ningún momento
habíamos perdido las señales verdes y blancas que balizaban la senda.
Llegamos a donde pastaba un pequeño grupo de robustos caballos
salvajes que curiosos nos miraban. Tula comenzó a ladrarlos y dos de ellos se
dirigieron directamente hacia Angel y Tula que asustados por la determinación y
dirección que tomaban los cuadrúpedos, vinieron
pidiendo mi ayuda. Tengo que
confesar que asustaban, pero al estar yo más acostumbrada a bregar con este
tipo de “ganao”, me encaré sin dudarlo y a una distancia prudencial. Debieron
ver que mi determinación superaba la suya, así que dieron media vuelta y se
fueron. La situación me resultó algo cómica así que cuando nos relajamos lo
confesé y Angel me dijo que la experta
en caballos era yo.
Después de este grupo de cuadrúpedos, dimos con otro de
ovejas de cabezas negras en cuyos lomos
aparecía una mancha de pintura azul. Todas se volvieron curiosas a mirarlos. Tenían una foto
graciosa: bolas de lana blanca manchadas de azul con sus cabezas negras
mirándonos fijamente. Pero cuando quise sacar la cámara, habían satisfecho su
curiosidad y pacían tranquilamente como si fuéramos invisibles.
En la cercanas cimas se había instalado la niebla que avanzaba
hacia nosotros. La temperatura bajó y tuvimos que abrigarnos. Aquello no me
gustaba nada, pero nada. Casi estaba segura de habernos perdido. Llegó un
momento en que afirmé que si tenía que subir más, me daba la vuelta y regresaba
por donde había venido. Pero…no lo hice y subimos hasta donde ya no podíamos
ascender más. Juré en arameo, en griego, me acordé del joven de la caseta que
me dijo que la ruta era fácil y estaba perfectamente balizada,…mencioné mi edad
y que subía por que a pesar de mis años, no estaba en mala forma pero otra
cincuentona se queda a la mitad…en fin…que después de todas estas quejas me resigné y comenzamos a descender
hasta llegar a una pequeña ermita. Allí el camino se iba inquietantemente hacia
la izquierda, cuando debería de haberse ido a la derecha si intentara cerrar el
círculo regresando a nuestro punto de inicio. Y mi preocupación aumentó.
Entonces pensé que era verano y que en el peor de los casos podríamos aparecer
en cualquier aldeucha perdida, en donde pediríamos que nos trasladaran.
Y seguimos hacia la izquierda y descendiendo, pero en un momento
determinado comenzamos a girar a la derecha y introduciéndonos de nuevo en el
bosque de hayas. De nuevo enormes árboles nos rodearon y parecían acompañarnos
en nuestro camino. La embergadura de algunos ejemplares era impresionante. Me
sentía pequeña ante esta grandeza.
Y hubiera disfrutado más de no sentirme perdida. Es una sensación
que no me gusta, como la de perder el control de la situación y era evidente
que no lo tenía. Se me había escapado entre los tejos, la niebla ya las hayas.
Pero descendiendo por la senda,
empezamos a oir voces y me pareció identificar algo del camino que
habíamos hecho de ida. Y sorprendentemente regresamos a donde comenzamos, más
de tres horas después, pero llegamos. Ambos sentimos una inmensa tranquilidad.
Luego sobre el mapa comprobamos que habíamos unido dos rutas distintas, y esto
solo podemos achacarlo a la mala señalización en algún punto de la ruta y
posiblemente algo a nuestra torpeza, y digo algo, porque estamos acostumbrados
a hacer sendas y rutas siguiendo las balizas.
Bajamos a donde estaba la autocaravana. Los jóvenes acampados,
bueno, mejor dicho “las jóvenes acampadas”, corrían desnudas y con su cuerpo
pintado. No lo entendía mucho. Aquello parecía más la escena de alguna película
de aquelarre de brujas, con jóvenes corriendo por el bosque, que un grupo
disfrutando de unos días de acampada. Pese a considerar que tengo la “manga
ancha”, el problema era que no me encajaba la baja temperatura y la carencia de
duchas, con corretear desnudas y pintadas. Porque hacía fresco, y no quiero
pensar, además, en quitarse la pintura
con el agua fría de la fuente. Desde luego y como dijo Angel, una excursión de
monjas ursulinas, no era.
Cenamos con tranquilidad y los jóvenes, aunque no armaban mucho
jaleo, sí que podían resultar molestos con sus risas, sus guitarras y sus
elevados tonos de conversación durante la noche en un lugar tan tranquilo como
este donde se oía todo, así que decidimos movernos 200 m hacia las casetas,
hacia arriba, a un pedazo de terreno y
poco llano y allí pasamos una tranquila noche.
Martes 26. LLEGAMOS A CASA PASANDO POR OLITE
Itinerario: Selva de Irati-Olite-Boadilla del Monte
Nos despertamos pronto, como siempre, a eso de las 7,30 y
decidimos bajar a donde deberíamos estar. Tampoco era cuestión de llamar la
atención innecesariamente. Los chicos ya estaban levantados y recogiendo sus
tiendas. Mientras desayunábamos decidimos parar el Olite y hacia allá nos
dirigimos. Tan solo había que salir unos pocos kilómetros de la autopista.
Y Olite nos sorprendió
con su fortaleza palacio de los reyes de Navarra (Siglo XIV-XV) que parece salida de un cuento
de hadas.
De gruesos muros y torres almenadas, en ella se alojaron reyes y
princesas. Constituye el ejemplo más importante de gótico civil de Navarra y es
uno de los más notables de Europa.
Dedicamos alrededor de una o dos horas. Perdimos algo la noción
del tiempo
Lo que queda de él sólo es una muestra de lo que en su día fue un
derroche de capricho y creatividad convirtiéndolo en un palacio de ensueño, uno
de los más espléndidos de Europa en su época. “Tenía tantas habitaciones como
días el año”.
Un completo hidráulico dotaba de agua a los jardines que desde la
torre del Aljibe a la que era llevada, se distribuía por tuberías de plomo a
fuentes y jardines. Estos eran colgantes, había jaulas de pájaros y ardillas, un
estanque con cisnes, aves de rapiña y jaurías de perros para las cacerías y
además un verdadero zoológico con leones, un lobo cerval, un camello, varios
gamos, un avestruz, aumentados con
jabalíes, lobos, una jirafa, un papagayo y varios búfalos que completaban
la imagen colorista y llena de vida y agitación de la Corte del rey Noble
dándole un toque exótico.
Aquí se celebraron en su época de esplendor grandes
banquetes, amenizados por músicos y
juglares, cacerías y torneos entre otros. Ahora, desnudo de mobiliario, solo
sus vacías estancias nos hablan de un pasado mágico y esplendoroso.
Aquí se alojaron reyes como Carlos I, Felipe II
y otros monarcas que visitarán la
ciudad en sus desplazamientos por el norte: Felipe IV y Felipe V y Alfonso XII
y Alfonso XIII conocieron el Palacio en ruinas.
Con el declive de la importancia política de Olite su uso va a ser
menor y le va a llevar a una fase de deterioro por su abandono y costoso
mantenimiento. Durante la Guerra de la
Convención el Palacio es utilizado como almacén por el ejército contribuyendo a
su deterioro y un incendio destruye buena parte de los ricos artesonados y
techumbres.
Pero es durante la Guerra de la Independencia cuando el general
Espoz y Mina ordena prenderle fuego y destruirlo con el pretexto de que los
franceses no se hicieran fuertes en él. Durante más de un siglo el palacio
estuvo expuesto al abandono. Es en el siglo pasado cuando lo adquiere la
Diputación Foral de Navarra que inicia su restauración.
Su aspecto exterior es majestuoso, imponente, elegante y a la vez
sobrio, aunque tengo que confesar que este gran conjunto irregular de torres,
estancias, galerías, jardines y patios por los que estuvimos deambulando da la
sensación de algo anárquico y es difícil orientarse dentro de él.
El tiempo pasó y teníamos que reanudar nuestro regreso, así que
dejamos el castillo para visitar la cercana iglesia con un magnífico retablo y caminando un poco ya por la localidad, perdernos por
algunas de sus callejuelas, con nobles caserones de piedra algunas con escudos
de armas.
Regreso definitivo, sin paradas, excepto la de la comida. Y al
llegar, como siempre, esa ambivalencia entre la tristeza por el final y la
alegría por el encuentro y el final feliz. Así unimos la partida, donde siempre
me invade esa sensación agridulce de por un lado, la alegría del comienzo del
viaje, la aventura, y por otro, la incertidumbre de los kilómetros que tenemos
por delante, con la llegada, con estos sentimientos también “encontrados”.
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